Uno de los síntomas de hacerse adulto es que a la gente le
salen telarañas en la cabeza. Bueno, no en la cabeza, sino en los pensamientos;
lo que es peor. Y esas telarañas se tejen con la filigrana de un tenso cordel
que solemos confundir con las implicaciones de nuestras acciones u omisiones y
que, en el peor y más burdo de los casos, como grosero mecate, nos remite
salvajemente a ese espeso limbo de la telaraña del “qué dirán”.
Como suele ocurrir con las telarañas, estas craneales
también atrapan. Atrapan pensamientos lindos y pensamientos gachos, como
mariposas y moscas. Y las atrapan de tal forma que llegan a malformar
congénitamente a nuestras acciones y omisiones neonatas. Nos paralizan o nos
lanzan al vacío.
Cuando se es un chaval (o chavala, claro), se va por la vida
sin dobleces cognitivos. Se piensa, dice y hace lo mismo. Pero cuando uno
crece, comienza a doblarse la función craneal y uno a perder la línea de
congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. A la edad adulta llega
uno verdaderamente enredado en un marasmo de dobleces, prejuicios, miedos y
amarres psico-sociales de burra arisca que tejen esa telaraña mental donde nos
atrapamos a no hacer nada o desde donde nos catapultamos a hacer pendejadas. Por
tener presente el sentido del equilibrio y las morales buenas cosas de la vida
en sociedad, acabamos por desorientarnos y caer en el precipicio de torcer las
buenas cosas de la vida en colectividad. Sólo cuando nos desinhibimos,
avanzamos hacia ese planeta diáfano de pensar, hablar y actuar con claridad.
Por eso es cierto que sólo los niños y los borrachos (adultos desinhibidos)
dicen la verdad.
Lo malo no es que nuestros pensamientos, dichos y actos
tengan implicaciones. Gracias a ello también tienen significados, que permiten
la sublime condición de la creación humana, y asumen consecuencias, que
mandatan a la pertinente congruencia de la responsabilidad adulta. Lo malo es
que con esas implicaciones nos tejamos telarañas mentales donde atoramos nuestras
vidas y nos tropezamos con nosotros mismos y los demás.
Por ello bien vale la pena liberarse de las telarañas y
aligerarse el paso de la vida creativa, responsable, cordial, fraterna y neta.
Neta.
(Dormingo para ser leído como fue escrito: tranquilo y escuchando
una buena “playlist” de rolas “calmaditas” de rock clásico, lideradas por “A
horse with no name”, “Hotel California” y “Starway to Heaven” y, en primer
término, “Let it be!, nomás para empezar…)
En éste día que para mi ha iniciado difícil, éste encuentro en la busqueda de nada ha sido maravilloso.
ResponderEliminarLeerte mi muy querido amigo Carlos González es vivir, sentir, recordar y acrecentar mi admiración y respeto por ti. Gracias por seguir compartiéndote con quienes te apreciamos y con quienes tienen la fortuna de conocerte a través de tus publicaciones pues a todos nos permites crecer.
Respetuosamente,
Sandra Flores Padilla.