Enclavado en su muy exuberante y extenuante
valle, Apatzingán resume en los trazos de su perfil humano toda la estridencia
de la prolífica geografía de la que es emblemático punto de referencia: la
Tierra Caliente. Caliente, muy caliente, esta tierra tiene el don de dotar de
particular intensidad a los frutos que ofrece: tanto los humanos, como los
históricos, vale ahora decir.
Por eso allí las mujeres son particularmente
hermosas (incluidas aquellas que llegan de Uruapan, je) y las gestas históricas
particularmente elocuentes. De esto último da cuenta una que en breve será
bicentenaria: la promulgación del Decreto Constitucional de la América Mexicana
del 22 de octubre de 1814.
Ampliamente conocida como la Constitución de
Apatzingán, en cuyo honor se organizan tremendas fiestas en aquél tierracalentano
municipio michoacano, este Decreto es uno de los episodios centrales y de mayor
calado de toda la lucha por la independencia nacional de principios del mil
ochocientos y de la lucha libertaria y justiciera de principios del dos mil.
Más allá del debate erudito sobre su vigencia
normativa, nadie puede poner en duda su vigencia aspiracional. Biznieta de
basamentos administrativos y jurisdiccionales de las Leyes de Indias, nieta de
las doctrinas libertarias y soberanas de las constituciones norteamericana y
francesa del alto mil setecientos e hija del apostolado liberal y
representativo electoral de Cádiz, la Constitución de Apatzingán habría de
bregar en los Elementos Constitucionales de la Suprema Junta Nacional Gubernativa,
mejor conocida como la Junta de Zitácuaro, pero fundamentalmente de los Sentimientos de la Nación y los
vibrantes discursos que José María Morelos y Pavón hubo de pronunciar durante
las primeras deliberaciones del Congreso de Anahuac, que el propio Morelos
convocó a elegir e instalar en Chilpancingo en septiembre de 1813 y que fue,
pasado el tiempo y con las variaciones del caso, el mismo que habría finalmente
de llegar hasta Apatzingán para promulgar la primera constitución propiamente
nacional, no sin antes haber adoptado en el camino la también la primera
Declaración de Independencia en noviembre del 1813.
Ahora, casi doscientos años después no nos parece
raro hablar de nación, de constitución, de gobiernos o tribunales, pero es ése
entonces nada de eso existía en un país, el nuestro, el tuyo, que tampoco
existía. Y esa es justamente su prolífica y exuberante riqueza: la visión de
una generación y un hombre genial y temperamental, vecino de la Tierra
Caliente, el Siervo Morelos, que vieron más que a un país, a una patria y más
que a una sociedad, una nación. Las mismas que ahora nos toca a todos nosotros
recuperar.
Por lo pronto y para que nos animemos a
intentarlo, preparándonos para una celebración militante del bicentenario de la
Constitución de Apatzingán, aquí esta como botón de muestra su vibrante Artículos
24, de intensa vigencia aspiracional:
“La felicidad del pueblo y de cada uno de los
ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y
libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la
institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”.
Vale. ¿Quién se suma?
(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 21 de octubre del 2012 y para ser leído como fue escrito: militante y moreliamente, escuchando como
música de cantera rosa, el murmullo vallisoletano de una café en la
conspiradora Morelia)
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