lunes, 22 de octubre de 2012

Apatzingán, rumbo al bicentenario constitucionalista



Enclavado en su muy exuberante y extenuante valle, Apatzingán resume en los trazos de su perfil humano toda la estridencia de la prolífica geografía de la que es emblemático punto de referencia: la Tierra Caliente. Caliente, muy caliente, esta tierra tiene el don de dotar de particular intensidad a los frutos que ofrece: tanto los humanos, como los históricos, vale ahora decir.

Por eso allí las mujeres son particularmente hermosas (incluidas aquellas que llegan de Uruapan, je) y las gestas históricas particularmente elocuentes. De esto último da cuenta una que en breve será bicentenaria: la promulgación del Decreto Constitucional de la América Mexicana del 22 de octubre de 1814.

Ampliamente conocida como la Constitución de Apatzingán, en cuyo honor se organizan tremendas fiestas en aquél tierracalentano municipio michoacano, este Decreto es uno de los episodios centrales y de mayor calado de toda la lucha por la independencia nacional de principios del mil ochocientos y de la lucha libertaria y justiciera de principios del dos mil.

Más allá del debate erudito sobre su vigencia normativa, nadie puede poner en duda su vigencia aspiracional. Biznieta de basamentos administrativos y jurisdiccionales de las Leyes de Indias, nieta de las doctrinas libertarias y soberanas de las constituciones norteamericana y francesa del alto mil setecientos e hija del apostolado liberal y representativo electoral de Cádiz, la Constitución de Apatzingán habría de bregar en los Elementos Constitucionales de la Suprema Junta Nacional Gubernativa, mejor conocida como la Junta de Zitácuaro,  pero fundamentalmente de los Sentimientos de la Nación y los vibrantes discursos que José María Morelos y Pavón hubo de pronunciar durante las primeras deliberaciones del Congreso de Anahuac, que el propio Morelos convocó a elegir e instalar en Chilpancingo en septiembre de 1813 y que fue, pasado el tiempo y con las variaciones del caso, el mismo que habría finalmente de llegar hasta Apatzingán para promulgar la primera constitución propiamente nacional, no sin antes haber adoptado en el camino la también la primera Declaración de Independencia en noviembre del 1813.

Ahora, casi doscientos años después no nos parece raro hablar de nación, de constitución, de gobiernos o tribunales, pero es ése entonces nada de eso existía en un país, el nuestro, el tuyo, que tampoco existía. Y esa es justamente su prolífica y exuberante riqueza: la visión de una generación y un hombre genial y temperamental, vecino de la Tierra Caliente, el Siervo Morelos, que vieron más que a un país, a una patria y más que a una sociedad, una nación. Las mismas que ahora nos toca a todos nosotros recuperar.

Por lo pronto y para que nos animemos a intentarlo, preparándonos para una celebración militante del bicentenario de la Constitución de Apatzingán, aquí esta como botón de muestra su vibrante Artículos 24, de intensa vigencia aspiracional:

La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”.

Vale. ¿Quién se suma?



(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 21 de octubre del 2012 y para ser leído como fue escrito: militante y moreliamente, escuchando como música de cantera rosa, el murmullo vallisoletano de una café en la conspiradora Morelia)

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