A la Peque,
en este fin
que no fue…
El aire es denso y asfixiantemente escaso, espeso, pesado.
Ya no lo respiro, lo trago. Tengo una loza en la espalda, por dentro, que
oprime el pecho y lo estruja por entre este hoyo negro en el que me desplomo
mareado y sin sentido, cargado de sentimientos. La procesión va por dentro, pero
sin el santo de su devoción… porque no está; lo tienen, pero no está. Y así,
los devotos son dolientes que van jadeando, cargando el extenso peso de su
intensidad por un amor presente pero con una imagen ausente. El aire es denso,
como angustia… y yo, teniéndote lejos, te extraño muy cerca.
En medio de esta procesión por dentro tan desgarradora y
sometido por este aire por fuera tan desgarrador, me desgarro las venas
quemantes y me disuelvo en su sangre agria. Siento que la distancia es una daga
que llaga y el tiempo una braza que abraza.
Lo siento. Siento lo que se siente y lo siento: te extraño.
Te extraño con la entraña, con el alma no salva, con el espíritu roto,
deambulante, partido en dos y tu tienes la otra parte.
Estoy confundido y confuso, difuso. No sé donde está el sur
ni el norte, dónde estoy yo si no estás tu. Vago dentro de mí y no me hayo. Mi
alma pena y mi espíritu se extravía. Yo he tropezado con una hoja de papel. Al
menos sé que a tí volveré.
(Dormigo para ser leído como fue escrito: temperamental, extrañando
y escuchando, desgarradoramente, la Sonata para Violín #9 “Kreutzer I” de
Ludwig Van Beethoven… así de fuerte)
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