domingo, 18 de mayo de 2014

Dar clases es como torear (en ocasión del día del/a Maestro/a)


A mis maestros, y ¡a mis alumnos!

Dar clases es como torear. O al menos esa es su expresión plástica más cercana. Como yo nunca he toreado pero soy profesor que ha visto y sentido ver torear cientos de veces, no puedo saberlo de cierto pero lo supongo: dar clases debe ser como torear. La misma emoción y la misma necesidad de dominar el espacio, la arena y las embestidas con soberbia elegancia y elemental instinto de sobrevivencia. Si el diestro sale airoso podrá ser vitoreado y aún levantado en hombros con veneración. Pero si no logra pasar la prueba con éxito, el oprobio lo puede llevar hasta el lindero agónico de la mala fama, muy parecido al barranco letal de perder talento y vida.

Dar clases es sobre todo y ante todo una fiesta, una celebración colectiva y vital. Una fiesta, como suele decirse, brava; embravecida y embravecedora. El hombre (y la mujer también, claro) ante a sus más emblemáticas desafíos: la naturaleza indómita y el conocimiento indomable.

Desde el paseíllo del claustro, el profesor (la profesora) se viste de luces y aparece espectacular al centro del coso. Todos expectantes, esperan que despliegue sus mejores artes e imparta cátedra. Sus movimientos y destrezas mil veces ensayadas deben manifestarse soberbias en la elocuencia de la improvisación ante embistes imprevistos, preguntas e inquisiciones del respetable vuelto verdugo o redentor.

Enfrentar a un público que escucha y califica antes de disponerse a entregarse dócil a construir nuevos conocimientos y recibir ignotos datos, es una experiencia plástica que expone al sujeto ante una fuerza descomunalmente superior a la suya, sin más armas que los talentos de los que se supone provisto y que debe acreditar para no sucumbir en el intento.

Por ello, los primeros 30 minutos frente al grupo de clase son como los primeros pases con la muleta en el primer tercio de la faena. En ellos y con ellos, se establece quién conduce la fiesta en la arena o en el aula. Lo demás es dejar que el profesor (la profesora) conduzca el semestre como una tarde grande de grana y sol. Quien lleva la experiencia y la vocación, lleva el capote y la espada. En su buen temple y figura radica la posibilidad de hacer del conocimiento y la reflexión crítica una fiesta que invita a hacer del estudio una profesión y de la vida una constante emoción.


(Dormingo para ser leído como fue escrito: esperanzado en que el respetable sabrá perdonar la comparación de la práctica docente con la tauromaquia, tan sujeta a rechazos beligerantes. Y escuchando, para resarcir el daño, la locura de “Sueños” de los profesores “Barrientos” en oda al Poeta)

No hay comentarios:

Publicar un comentario