domingo, 6 de abril de 2014


Los viajes son como vidas pequeñas. En ellos nacemos cuando nos embarcamos, crecemos cuando transitamos, nos reproducimos cuando nos recreamos y morimos cuando regresamos. Por eso, los recuerdos de cada viaje son como cápsulas en nuestra memoria: pequeñas esferas redondas, muy bien delimitadas, dentro del universo enorme de la circunferencia más o menos abierta de nuestra existencia.

Cada viaje es como una vida que se acomoda en la nuestra como pequeña resurrección: como cuenta de un rosario vital. De esa forma, en su propia vida uno puede haber sido muchas cosas y habitado muy diversos lugares, con su propia gente e historias: vivido muchas vidas. Por eso los viajes, aunque comiencen y acaben, siempre están allí y aquí, aunque no nos demos cuenta de cómo nos pueblan y determinan.

Cada una de esas esferas redondas es un planeta completo habitado por climas y cimas, faunas, dunas, floras, campos, ciudades, caminos, paisajes, pasajes, colores, olores, sabores, sensaciones, pasiones. Y giran y orbitan dentro de las constelaciones de nuestros recuerdos y aspiraciones como palpitaciones de aspiraciones por vivir diversas vidas antes de partir y ya no parir, antes de morir.

La vida, como sabemos, es un viaje. Pero después de viajar es, además, un itinerario poblado y germinado, vivificado, por diversos paisajes que, por dentro, le tonifican y modifican. De allí que una buena carta de navegación sea siempre útil para, con todo y brújula, echarla en una botella al enorme océano en que los mares se multiplican. Como la vida misma.


(Dormingo publicado hace semanas en la versión impresa de Cambio de Michoacán y para leerse como fue escrito: viajando y escuchando al Quito Rymer y su “Mix up World”, con un fino de Jerez bien frío)

No hay comentarios:

Publicar un comentario