domingo, 27 de abril de 2014

Gabo (Dormingo de despedida al escritor escribano)


Mariposas amarillas. Súbitamente, como si fueran miles de flores amarillas llovidas sobre Macondo, todas ellas levantaron su frágil vuelo y revolotearon el aire plano llevando como estela el cuerpo sin vida del escribano y escritor. En la ligerez del despegue terrestre, una alegre pluma abandonó el cortejo y se nos vino a incrustar en los ojos. Por eso, todos lloramos la partida del inmortal Gabo: Gabriel García Márquez.

Y de entre la muchedumbre que nos reunimos metafísicamente a su alrededor, un coro de voces múltiples entonaba elegías y cantos paganos. Pero ninguno profano. Ese día nadie dijo misa. No hubo tropel, sólo la familia caminó serena a la cremación. Después vino la despedida y las honras públicas y oficiales en torno de una urna con cenizas.

De entre toda esta conmoción, un dato sorprendió: no hubo un solo detractor. Como los hombres buenos, sólo buena voluntad se manifestó. Y sorprendió porque desde hace poco y en tremendo contingente incontenible, también hemos visto pasar e irse a otros hombres (y mujeres) buenos, pero al mismo tiempo hemos escuchado como le acompañan quienes les detractan y sepultan, a veces antes de tiempo. Así oímos voces majaderas y torpes que desde la izquierda se cuestionaban a Paz o desde la derecha se impugnaban a Fuentes. Cosas de la hemiplejia moral (más bien ideológica, si es que en ella caben ideas) de la que hablaba Ortega y Gasset, ya suficientemente malinterpretado.

Pero el caso es que ese no fue el caso en el caso de García Márquez (je). ¿Por qué? No sé, pero quizá la respuesta esté en algún lugar escondida entre su mágica capacidad para forjar amistades reales, y su público y notorio equilibrio ante los así llamados “temas de actualidad”.

Todo mundo sabíamos de sus “posiciones de izquierda”. Algunos incluso por ellas lo disfrutábamos más como creador. Otros más preferían simplemente obviar, por ejemplo, su muy conocida amistad y complicidad con Fidel Castro de la que, por cierto, surgieron varios de sus pocos,  pero muy memorables, discursos leídos que hacían notar que el Comandante sí tenía quién le escribiera.

El asunto es que el celebre Gabo supo distinguir y hacer lo que en buen mexicano referimos cuando afirmamos que “una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. Y éste es el caso (je, otra vez): García Márquez supo diferenciar y sin embargo ejercer sincrónicamente, su condición de ciudadano y de escritor, incluso como periodista.

Como ciudadano, sabía que podría opinar sobre los asuntos sociales y públicos cómo le viniera en gana, pero quizá no le interesó. O no le interesó tanto como decirlo como escritor: escribiendo. De allí que, sin embargo, García Márquez no sólo fue un escritor, sino también un escribano que daba, literalmente, fantástica constancia de los hechos y los actos que pasaban frente a él. Por eso, para entender a Nuestra América, la América Latina, y sus soledades y esperanzas, pocas cosas tan valederas como leer la obra literaria (ya no digamos la periodística) de García Márquez.

No hay duda: junto con la sociología de González Casanova, la filosofía de Zea, los ensayos de Paz, la historia de Halperin, la economía de Prebisch y, hay que decirlo, la Poesía de Neruda, las narraciones de Cortazar y las novelas de Fuentes o Vargas Llosa, sus letras son también clásicas en ésto que podemos llamar a ver y pensar a América Latina desde América Latina.

Visión clásica y originaria que, como toda ella, tiene y debe tener actualizaciones e incluso sucesiones diversas, pero siempre fundadas y fundidas en su aliento humanista y justiciero, literalmente hablando y escribiendo. En particular desde esa visión que nos llena tanto de nosotros mismos y nos invitan a seguir intentando la utopia. Por eso, ahora que ha decidido seguir a las mariposas amarillas que lo hacen levitar al lado de todos nosotros, junto con el Nobel en Estocolmo, hoy habremos de seguir hablando, pensando, escribiendo, viviendo, sufriendo y transformando la soledad de nuestra América Latina, pues como diría el Gabo:

Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Que no descanse en paz, sino en creativa presencia, el escribano y escritor Gabriel García Márquez.



(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán del 26 de abril del 2014 y para ser leído como fue escrito: alegre en el legado y presencia, literalmente, de la vida y sus soledades. Escuchando la maravilla cripto autóctona de “Paisajes” de los maestros Antonio Zepeda y Eugenio Toussaint)

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