domingo, 4 de agosto de 2013

Sé Bueno



A Oscar Maisterra,
Hombre Bueno, Dorminguero y trovador de veras.

De vez en vez, cuando se despide, el gran Oscar Maisterra, uno de los más asiduos y radicales lectores de estos desvariados dormingos, te mira a los ojos y mientras te aprieta suave pero consistentemente la mano te dice: “sé bueno”. Sutil, pero severo emplazamiento. Cándida, pero urgente convocatoria. Tremendo, pero sencillo remedio.

La primera vez que me lo dijo, lo hizo al término de una reunión muy sesuda sobre temas muy sesudos. Me quedé atónito. Me metí a mi oficina solo, como media hora, pensativo. Me cayó el veinte. “Coño –me dije-, este camarada tiene razón”.

En México, tenemos un catálogo un tanto variado de formas de saludarnos y despedirnos. Los jóvenes son los mas creativos; cada par de ellos es capaz de inventar un código propio único e irrepetible –inimitable, diría yo-, muchas veces a base de manotazos diversos. Los políticos, en cambio, son los menos creativos; casi de manera invariable, todos ellos se saludan con un rito muy bien ensayado y secuenciado que va del simple pero lejano estrechamiento de manos, hasta el muy cercano fuerte abrazo con dos sonoras palmadas en la espalda. Todos, o casi todos, se despiden prometiéndose una llamada telefónica para ponerse de acuerdo para comer… cosa que, salvo muy verdaderamente excepcionales ocasiones, nunca ocurre.

Las formas de saludos y despedida varían conforme a los grupos de edad y el paso del tiempo. En las despedidas, los más persistentes son el muy clásico pero ya frío e impersonal “adiós” o “hasta luego”, el agringado y fresa “bye”, y el mediterráneo y desenfadado “ciao”. Cuando se usa el beso, evitamos el besuquerío ibérico, que planta uno en cada mejilla, la exageración gala que acude a dos en cada una o de plano al arriesgue ruso que, según la ocasión, incluso busca la boca de la contraparte así sea del mismo sexo. A cambio de nuestro recato, nos ofrecemos la curiosa descortesía de nunca darnos efectivamente el beso que solo nos tronamos por debajo del oído, cuando en verdad nos damos lo que literalmente podría llamarse una cachetada, pues solo nos pegamos los cachetes enviando besos al vacío.

La forma de despedirse denota la calidad humana de las gentes y de su relación. También expresa la forma en cómo la sociedad se trata a sí misma a través del trato que sus integrantes se dispensan entre sí. Recuerdo, por ejemplo, que cuando llegó el neoliberalismo, yo salí casi tres años del país. Cuando me fui, nos solíamos despedir con un “nos vemos”. Cuando regresé, la gente se despedía con un “ahí te ves”. Ahora me parece evidente que ese cambio acusó la adopción del individualismo a ultranza y de la erosión efectiva y afectiva de los vínculos comunitaristas de nuestra cultura.

Todos los días la gente se saluda y se despide, pero nadie le da la paz al prójimo al decirse adiós. Sólo le he visto hacerlo a Oscar Maisterra. Por eso creo que alguien debería convocar a un movimiento nacional por la imitación del Maestro Maisterra.

Bien nos vendría ver cualquier encuentro con nuestros semejantes, se trate de una trascendente reunión o de un simple saludo ocasional, como una linda oportunidad para construir un espacio gentil para que del intercambio de personas buenas salgan cosas buenas.

Si vemos nuestra existencia y nuestros encuentros como una celebración, podremos ir en paz por nuestros caminos. Ligeros de equipaje y siendo buenos. Tal y como se despide mi querido Oscar, en inevitable conexión con la aspiración del irrepetible Antonio Machado de ser buenos, en el sentido simple y llano de la palabra.


(Dormingo para ser leído como fue escrito: bien y de buenas, antes de desayunar un dormingo con el Maestro Maistera y escuchando la maravilla del “Music from the tea land” de Putumayo, en especial la pista 4 “For Julia” de Sanjay Mishra… ¡maravilla!)

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