Ya lo he contado. Me lo reveló
Socorrito, desde su espléndida y esplendorosa cosmovisión Huasteca: el alma
viaja más lento que el cuerpo, por eso extrañamos.
Como el cuerpo se traslada con
mucho mayor rapidez, cuando llega a su destino debe esperar a que el alma le
alcance y encuentre, regresando a él. Esa circunstancia es la que genera
nuestra sensación de carencia de presencia esencial, existencial. Por eso
cuando extrañamos es porque andamos con el cuerpo desalmado y el espíritu
desacompletado.
Pero si eso pasa con los viajes
corporales por los territorios del mundo, también ocurre –y si acaso con mayor
dramatismo- con los viajes humanos
por los territorios corpóreos. Cuando uno ama, lo hace con el cuerpo y con el
alma. Es entonces cuando no sólo tocamos la carne sensorial, sino también el
espíritu sensitivo. Los cuerpos se compenetran y las almas se entrelazan. Por
eso, cuando nos separamos de nuestras/os amantes, les extrañamos con el alma…
que no tenemos, que ellas/os se quedaron.
Cuando los amantes se separan,
sus cuerpos se separan, pero sus almas se quedan entrelazadas. Por lo menos
mientras su espíritu las concilia. Cuando el espíritu deja de conciliar a las
almas de los amantes, éstas se separan casi irremediablemente. Todo depende del
tipo de separación. Pero lo cierto es que el tiempo que transcurre desde que
los amantes se separan y sus almas se desentrelazan, es un tiempo líquido,
viscoso y extenuante: lento. Lento, mucho muy lento, podría decirse, en voz del
amante que espera a que su alma le alcance, le encuentre y regrese a él. Por
eso el Poeta se dolía con y entre todos nosotros de que es tan corto el amor y
tan largo el olvido.
Extraña, pues, el alma a la que
se extraña. Más si se le extraña con la entraña, como alma que ya no ama. Amén.
(Dormingo publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 28 de abril del 2013 y para ser leído como fue
escrito: relajadamente exhausto y escuchando la delicia reconfortante del disco
“Music from tea lands” de los maestros de Putumayo. Maravilla)
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