Sólo hay algo peor que sentir angustia por lo que está
pasando y es: ¡no saber qué es lo que está pasando!. Más aún si uno se siente
desprotegido ante lo que percibe que está pasando. Y como si de un laberíntico
juego de palabras se tratara, hoy lamentablemente puede decirse que eso nos
está pasando en Michoacán.
Todos supimos lo que ocurrió el viernes en nuestro estado,
pero nadie sabe qué es lo que pasó. Todos vimos la forma, pero desconocemos el
fondo. Sufrimos la sabia diferencia que hacía Octavio Paz entre “la noticia” y
“el acontecimiento”.
Los medios de comunicación, sobre todo en Internet y las
redes sociales nos dieron la noticia, dando cuenta cabal, puntual y hasta en tiempo
real de la tensa paralización de Apatzingán y otras localidades de la región;
del cierre de más de una veintena de palacios municipales y de escuelas en el
territorio estatal; de los anuncios de violencia y hasta de bombas; de la
movilización de contingentes con playeras blancas pero sin demandas claras; de
la amenaza a personas y comercios, y; del sitio que vivió, una vez más, nuestra
Morelia. Todo ello al mismo tiempo, como en una condensación apocalíptica.
La noticia fue clara, pero el acontecimiento estuvo y está
bajo una cortina de humo que nubla la vista e inquieta el ánimo colectivo y
personal. Con esa combinación, apareció la incertidumbre, la perplejidad y
hasta cierta dosis de psicosis entre los michoacanos, dentro y fuera del
territorio. Morelia sitiada, como en las viejas campañas militares, donde el
agresor encierra a su agredido dentro de su propia ciudad hasta asfixiarlo y
rendirlo. Nadie sale y nadie entra hasta que el agresor lo permita o el
agredido capitule. Todos lo supimos, pero nadie nos ha explicado nada y lo
necesitamos. Vinieron, vieron y vencieron… ¿y ahora qué?
Todo eso ocurrió, lo sabemos. ¿Pero qué pasó, qué está
pasando? No sabemos, aunque todos lo suponemos. El rumor y la especulación
comienzan a ganarle terreno a la certeza y la confianza. Mala idea. El estado
tenso y el Estado terso: sin expresión. La sociedad preguntando, las
instituciones callando. Es preciso que las autoridades nos expliquen, nos
orienten y nos convoquen a enfrentar, entre todos, la situación.
No podemos hacer como si aquí no pasara nada, porque sí está
pasando y en forma cada vez más grave. Si no nos hablan con claridad y se toman
medidas pertinentes, la gente va a sacar sus propias conclusiones y va a
organizarse como le venga y para lo que le venga en gana. Anarquía e
indefensión, divide y vencerás, río revuelto y ganancia de pescadores. ¿Han
oído hablar del famoso “Estado Fallido”? Pues algo así.
Para colmo de males, todo lo que ocurrió pasó mientras el
Congreso del Estado no lograba designar Gobernador Interino. Soy de los que
está confiado en que una cosa (el desorden del viernes) no tiene que ver con la
otra (la licencia del Gobernador), pero no puede dejarse de advertir que la
coincidencia en los tiempos y movimientos provocan una sensación de mayor
incertidumbre.
El viernes fuimos sitiados. Todos y todas. Nos sometieron y
no sabemos exactamente por qué o para qué. Seguramente alguien o algunos
recibieron el mensaje que fue enviado, pero nosotros, que fuimos los
mensajeros, nos quedamos con una inmensa zozobra. Necesitamos claridad, certeza
y seguridad. Para eso se inventó hace algunos años al Estado. Lo necesitan los
comerciantes, los transportistas, los empleados, los trabajadores, los
empresarios, los estudiantes, las amas de casa, lo necesitamos todos.
En otras latitudes, la única manera de enfrentar con éxito situaciones
como la que se manifestó el viernes, ha sido con una actuación firme de las
instituciones del Estado, basada en una estrategia precisa y una acción
comunicativa clara y convocante, pero –sobre todo- con el respaldo y
participación de la sociedad. La única forma de no perder el espacio público es
recuperándolo.
No quiero evidenciar que veo demasiada televisión, pero vean
la reciente tragedia de Boston. Entre muchos otros factores, el episodio se
resolvió rápido y relativamente bien gracias a la participación de la sociedad.
De la angustia y zozobra, se pasó a la confianza y la calma que da una palabra
nada mágica y sí muy real: seguridad. Seguridad de saber qué pasa y como lo
vamos a resolver. El estado pregunta, el Estado tiene la palabra.
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