Aunque luego se pierde en la
equívoca y muy perversa idea de que “amar es sufrir y querer es gozar”, mucha
razón tiene El Príncipe al interpretar que “casi todos sabemos querer, pero
pocos sabemos amar… es que amar y querer no es igual”. Gran verdad. La neta.
Verdad que aplica a la inmaterialidad
del amor y la querencia espiritual, tanto como a la materialidad del amor y la
querencia corporal. Y es que en el sexo tampoco amar y querer es igual. De allí
que suela hacerse la muy justa y no necesariamente traumada o traumatizante
distinción entre hacer el amor o fornicar, como suele llamarse en la Biblia a
la acción y efecto de simplemente coger.
Fornicamos o cogemos atendiendo
nuestra instintiva condición animal, hacemos el amor sublimando nuestra
aspiración humana. Yo sé que les pareceré cursi, particularmente a una amiga de
incólume recuerdo, pero hacer el amor no es coger. Hacer el amor es justamente
eso: hacer el amor, hacer que el amor se haga. Y eso no es cualquier cosa, ni
cualquiera puede con ello. De allí que pueda parafrasearse al profesor Manuel
Alejando (autor de la rola de inspirancia dorminguera) señalando que “casi
todos sabemos coger, pero pocos sabemos hacer el amor” (ajúa!). Y ésa es verdad
muy verdadera, tod@s los sabemos bien.
Desde luego, tampoco es que “sea
malo” simplemente coger (al menos no de vez en cuando, je), pero hay que
reconocer que hay gente que, la neta, mejor debería disculparse e irse. Son
mecánicos/as egoístas, insaboros/as, incoloros/as, pero no inodoros/as. Wácala de perro. Así van al encuentro
carnal y así salen de él: como perros/as.
En cambio, hay otras que son una
verdadera maravilla. Magia y alegría hay en su tacto creativo. Seres humanos
que saben comunicarse con otro ser humano y hacerle sentir sintiéndoles:
haciendo el amor. Logrando que los sentidos alterados se transformen en
sentimientos aclarados. Recorriendo geografías humanas con el despiadado cuidado
de quien teje filigrana de besos y caricias mutuas, por debajo y por encima de
la piel. Mujeres que te guían y te cuidan, te protegen y te exponen. Mujeres
Chamán que saben bien que en la vida linda el hombre sólo lleva el ritmo en una
sóla cosa: cuando bailan.
Mujeres que después de mostrarte
y demostrarte su sabiduría ínclita te hacen suspirar en el nicho de su altar: “cada
vez que me amas es un milagro”, como diría el Maestro Aute. Esas mujeres, como
ahora diría el Profesor Brecht, son las imprescindibles. Las otras no: se puede
prescindir de ellas y el mundo seguiría girando sobre su propio eje y alrededor
del sol. Pero de las Mujeres Chamán no se puede prescindir, porque entonces ya
no habría brillo humano alrededor del cual siguiera girando ese cálido y fértil
sol. Y es que amar y querer no es igual.
(Dormingo para ser leído como fue
escrito: antes de ir a la dentista, plácidamente y escuchando a los
paradigmáticos Moenia y su mega rola “Mejor ya no”, y no al Maestro Aute o al
Profesor José José, aunque usted no lo crea)
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