Desolado pero no abatido, Santa Clos camina hacia su
armario. El espejo y lo cintos le confirman lo que las ojeras han iniciado a
advertir en esa mirada desdentada con que ha comenzado a mirar: está perdiendo
peso y con ello, piso. Este no fue un buen año, y su final no es diferente.
Regresa sobre sus pasos. Descansa su emblemática humanidad sobre el filo de la
cama y vuelve a hacer cuentas: no le alcanza. Las manos que surcan y cruzan de
nueva cuenta la revuelta cabellera, las mismas que han ido una y otra vez al
rostro, como en tantos finales y comienzos de mes con la quincena exhausta y
las tasas de interés rebosantes de indiferente crecimiento, son aquellas manos
en las que se apoya para levantarse y convencerse: son tiempos de familia y
amigos, lo de más es lo de menos.
Comienza a caminar y silbar: total, habrá que ponerle un
poco de relleno a la barriga, ya después la haremos crecer entre romeritos y tortas
de recalentados. Se anima bajo ciertas convicciones: la familia se reúne, los
amigos vienen, los amores se decantan, los niños juegan, las risas pueblan de
abrazos los fríos que el viento cobija como para arrimarnos al fogón donde
ponche y cañas esperan su piquete, como elixir de aroma y miel, como brebaje
solaz, como ganas de abrazarte y darte un beso.
Miles, seguramente decenas de miles de familias
clasemedieras mexicanas se acercan así a las fiestas navideñas con que tanto
frenesí consumista nos conculcaron. Ya ni el exiguo aguinaldo, ni las
sobregiradas tarjetas, ni los quebrados ahorros de familiares protectores,
podrán sostener como quizá en antaño lo hacían las ganas de irse de vacaciones,
comprar regalos, organizar fiestas y posadas. Ya ni los socorridos intercambios
de regalos, que en un tiempo no lejano se inventaron para evitar el regaladero
indiscriminado e inaugurar el regaleo focalizado, lucen tan pletóricos como cuando
algún administrador furtivo tuvo a bien inventarlos sin patentarlos.
Ya no alcanza para todo. Bueno, ya no alcanza para nada. O
casi para nada que (nunca mejor dicho) no es lo mismo, pero es igual. Démonos de
santos que al menos todavía no nos deslizamos por la curva de la pobreza
extrema donde millones de los nuestros han ido a parar…
Y si la necesidad es la madre de todas las ciencias, ¡pues
que ahora la precariedad financiera sea la madre de toda imaginación navideña!
Tome usted a los suyos y construya un palacio de amor y paz, que buena falta
nos hace. Súbase a la torre más alta y haga ondear allí la bandera de la
alegría, que buena falta nos hace. Total, aquí ni en Santa Clos creemos. Son
los Reyes Magos los que la rifan y todavía tardan una quincena en llegar, ¡ja!.
Ya veremos, si es que vemos. Por lo pronto: ¡salud y feliz Nochebuena!
(Dormingo para ser leído como fue escrito: preparando alimentos
festejadores prenavideños y escuchando a la soberbia Adele con su Skyfall…
total: el mundo no se acabó, solo una era comenzó)
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