martes, 27 de noviembre de 2012

Morelos, trazo bicentenario (Dormingo)




A los camaradas del proyecto CIVITAS-Bicentenarios,
militantes del democratismo constitucionalista radical mexicano.

I

Era la noche densa del 30 de septiembre de 1765, en vísperas de la plenitud, el coraje y la enjundia de las lunas de octubre, que dicen son las más bellas y prolíficas. Cuenta la leyenda que su madre, Juana, sorprendida por los dolores definitivos del parto, le pidió a su padre, Manuel, que pidiera posada en una todavía espléndida y ahora vieja casona de la entonces más quieta y no menos hermosa Valladolid, hoy digna residencia de cantera rosa y nombre libertario, para dar a luz en ella a su hijo que, por nombre de bautizo, llevaría el de José María Teclo Morelos y Pavón. Tienen en cambio registrado los historiadores que a ello han dedicado su vida y talento, que en realidad allí se ubicaba un hospital que administraba un pariente de su padre Manuel y que, por ello, a Juana le estaban ya esperando para llenarnos de esperanza a todos.

Sea como fuere, ese día y en esta entrañable y entrañada Morelia, nació José María Morelos y Pavón, como le conocemos comúnmente, prócer e ideólogo de las primigenias gestas libertarias y justicieras de esta nación, próximas a cumplir, pero aún no a colmar, su primer bicentenario.

De carácter determinado y definitivo, Morelos marcó con su impronta a una nación que cuando nació lo hizo buscando no sólo libertad, como todas, sino sobre todo justicia e igualdad, como ninguna. Padre de tres hijos, dos michoacanos con Brígida Almonte y un oaxaqueño con Francisca Ortiz, José María forjó desde joven el temple iracundo y tierno que distingue a los héroes y heroínas que dan patria y libertad, como solemos gritar en ritual cívico que ahora exige reflexión cívica.

Párroco michoacano, hubo de publicar en su parroquia el bando de Abad y Queipo en el que pretendía la excomulgación de Hidalgo, su anterior Rector en el Colegio de San Nicolás. Hecho lo anterior, salió a Valladolid y de allí a Charo e Indaparapeo para encontrarse con el cura insurrecto de Dolores y recibir de él una encomienda que cumplió con tesón casi obsesivo, aún fusilado don Miguel: liberar el sur de la Nueva España y tomar el puerto de Acapulco, con todo y su fuerte de San Diego, cosa que logró no sin antes romper el sitio de Cuautla, avanzar a Orizaba y tomar Oaxaca, acuartelado, entre otras batallas que le dieron la fama y prestigio militar que, dicen, le llevó a exclamar al mismísimo Napoleón Bonaparte, que algo sabía de estrategia militar, que si le daban tres Morelos, conquistaría el mundo.

Pero Morelos no sólo es un héroe de aquellos que “nos dieron patria y libertad”, como reza el salmo, ni sólo un prócer de la Independencia: Morelos fue y es, ante todo, un hombre que se comprometió con sus ideales y un ahora mexicano que luchó hasta la inmolación por hacer de este país una Patria. Su legado, espléndido, cautivador y convocador, traza imborrablemente los perfiles originales de una poderosa aspiración, casi bicentenaria, por la libertad libertaria y la justicia justiciera; tan hermosas, tan anheladas, tan actuales y vigentes, como banderas que aún ondean, como exigencias que aún nos conmueven, como Sentimientos de la Nación.

Morelos, el grande, el más grande, sin duda; Morelos, el nuestro. Su obra fundamental está próxima a cumplir su primer bicentenario de vigencia. Nos toca darle vigor.

II

Morelos, además de héroe y prócer de la independencia nacional del mil ochocientos es ideólogo y líder de la revolución justiciera del dos mil. Es en su haber histórico la gracia de no sólo habernos dado Patria y Libertar, sino también el habernos ofrendado programa, inspiración y aspiración política. Morelos luchó por la independencia nacional, pero sobre todo luchó y nos legó la lucha por una Patria libre, libertaria, justa y justiciera.

Si Hidalgo dio “el grito” e inició la revuelta, Morelos le dio instituciones, constitución y sentimiento. Es en él la herencia de hacer avanzar el movimiento independentista hacia glorias militares como la de Cuautla, Oaxaca o Acapulco, pero sobre todo la densidad de buscar conformar un Estado Nacional sumándose a su Junta Nacional Gubernativa de Zitácuaro y, fundamentalmente, convocando a su Congreso Nacional de Anahuac en Chilpancingo y Apatzingán, declarando la Independencia Nacional en 1813 y promulgando el Decreto Constitucional para la Independencia de la América Mexicana, la Constitución de Apatzingán del 1814, poco antes de morir sujeto a los procesos militares, eclesiales y coloniales que lo llevaron a ser fusilado como supuesto “traidor” de la corona e insignia de la naciente Nación.

Es Morelos el Siervo de la Nación que entendió que el poder dimana de la soberanía y ésta del pueblo, por lo que el gobernante debe ser gobernado por el pueblo que le designa en su nombre y representación. Morelos el Siervo que interpretó los Sentimientos de la Nación y antes de plantearlos señaló en Chilpancingo la aspiración de justicia tan clara como vigente, conforme nos recuerda y registra su entrañable amigo don Andrés Quintana Roo que:

“Todo aquél que se queje con justicia tenga un Tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda frente al poderoso y el arbitrario”.

El mismo que ahora, desde los Sentimientos de la Nación, les exige y demanda a los diputados locales y federales de toda la República que:

 “Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal al pobre, que se mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”

Que moderen “la opulencia y la indigencia y de tal suerte se aumente el jornal al pobre que se mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto”… ¿habría una aspiración más vigente en este país de desigualdades y quebrantos varios?

El mismo Morelos fiscalista y justiciero que en el artículo 22 de los Sentimientos de la Nación exigió, demandando justicia distributiva:

“Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian y se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás efectos o otra carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la Alcabala, el Estanco, el Tributo y otros; pues con esta ligera contribución y la buena administración de los bienes confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de la guerra y honorarios de empleados.”

Como si fuera poca cosa que aportemos impuestos con carga liguera que permitan llevar el peso de los honorarios, decentes y republicanos, de los empleados del Estado. El mismo que llevó a indicar en excelsa síntesis en la Constitución de Apatzingán que:

“La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas”.

Morelos, el nuestro, el grande, al que vamos a reivindicar en sus bicentenarios reinventando la Nación.


(Dormingo publicado en dos partes en sendas versiones impresas de Cambio de Michoacán en los meses de septiembre y ocutbre de 2012 y para ser leído como fue escrito: decidido y escuchando estremecidamente el Concierto No, 2 “Verano” del camarada Vivaldi, además de agradecido por las notas del Grande Domingo Ruiz, moreliano fiscalista y escuchando alternadamente a Lila Downs en sus “Pecados y Milagros”. La viñeta es de la Grande Ana Lucía Solís, Colibrí)




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