Residencia terrestre perfectamente diseñada para el hábitat
de espíritus cósmicos, el cuerpo humano es una fabulosa creación en la que todo
está dispuesto en increíble integralidad. Todo en él sirve para algo, todo
tiene una función y una explicación. Nada sobra, nada falta. Y todo está
dispuesto para que en aquella residencia los espíritus gocen y sufran los
sensaciones y sentimientos con el que van hilvanando aquél suceso maravilloso
que hemos dado por llamar vida.
Es la materia en la que anida la indescifrada energía de
nuestra frágil y a la vez poderosa existencia. La carne del alma. La misma que
pocas veces comprendemos y atendemos como humanamente se merece. Locos, lo
sometemos, al cuerpo, a jornadas intensas y suministros intoxicantes.
Irresponsablemente lo vamos socavando hasta que nos lo terminamos, no pocas
veces olvidado y enfermo.
Por eso celebrables son los inventos que nos hemos procurado
para procurarlo. Entre ellos, el baño de vapor. Tan simple como la alegre
costumbre milenaria de encontrar algún refugio cerrado en el cual depositar un
montón de piedras calientes y verter sobre ellas el vital líquido del que
obtenemos calor y vapor. Desde el Temascal hasta los públicos y los privados
(como si de las más excelsas virtudes se tratara), pasando por los romanos, los
turcos y los de otras muchas latitudes, estos singulares baños se nos han dado
como verdaderas estaciones de reciclamiento corpóreo y espiritual. Etéreos como
son, ayudan como ninguno a la materialidad de nuestros quebrantos y sosiegos.
Pocas cosas para un cuerpo abatido como llevarlo a un buen
baño de vapor. Solo la generosa hospitalidad de otro cuerpo bien dispuesto
podría reconfortarlo tanto. Pero mientras aquella gloriosa experiencia mística
se manifiesta y materializa, nada como introducir a nuestra residencia
terrestre por entre los calores, la bruma, la penumbra y la humedad contertulia
de un buen baño de vapor, donde además dable es encontrar otros seres en reposo
y búsqueda de la reinvención.
Como un líquido ave Fénix, el cuerpo humano que entra al
vapor regresa a la sensación original del útero materno. Calor, humedad,
confort, penumbra acariciante y protección encuentra allí. Nada más en torno a
su epidermis propiciatoria. Por ello, recomendable es acudir a ellos de vez en
vez, como si al manantial primigenio se arrimara uno. Hoy, dormingo de gracia, podría ser una buena ocasión para ir, para
regresar, para animarse, para reanimarse. La semana ha terminado, podríamos ir
a la siguiente en paz. Digo yo.
(Dormingo para ser leído como fue escrito: después de un buen
vaporcito y escuchando musiquita relajante… por ejemplo, el manjar de
“Dreaming” de Giacomo Bondi… ufff!)
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