Para
y con el Raus, Juan y Cynthia.
Preciso e inciso como todo él es, el Maestro Raús (alias, Raúl Mejía), ha puesto unos puntos sobre unas
íes: hay que colocar a la cultura en el eje del desarrollo turístico de nuestra
comuna. Y lo hizo con una banderilla que en el lomo nos injertó al publicar
esta semana y en esta mismas páginas de Cambio de Michoacán, un opúsculo
dedicado a proponer que entre todos coloquemos ("colocar" fue el
verbo que usó el Maestro, a mí no me reclamen...) a la cultura dentro de la
promoción turística de esta entrañable y entrañada Morelia, Patrimonio Cultural
de la Humanidad, dicho-sea-de-paso.
Independientemente de la zarandiza que el Maestro endereza hacia
aquellos becarios que rondan por siniestros ministerios, haciendo la parodia
del artista (Fito Páez, dixit), la proclama del Raús merece toda la atención
por un asunto simple: es del todo pertinente y urgente, diría (y digo) yo. Pero
este aprendiz de brujo intensifica la arenga y exclama, con la brevedad que le
imponen sus parábolas dormingeras: es preciso cimbrar a la cultura en el centro
de todo el desarrollo moreliano. No sólo del desarrollo turístico, sino de todo
el desarrollo de la ciudad capital, tanto como de cualquier otro municipio, del
estado y del país.
Y dice cimbar porque sólo la
cultura puede soportar en serio y consistentemente el desarrollo de cualquier
comunidad en cualquier ámbito. La economía, la política, la tecnología y todos
los ámbitos del desarrollo son resultado y expresión de relaciones sociales que
se establecen y desenvuelven sobre la base de determinidas normas de conducta e
interacción humanas. Y esas normas son, precisamente, las que definen y se
definen en y por la cultura, aunque luego tomen forma en leyes, religiones,
gobiernos y todas ésas cosas menores. De esta forma: si la cultura se cimbra,
aséntandose; el desarrollo se cimbra, asumiéndola.
Por éso no puede haber planes de desarrollo (ni turísticos, ni de
nada) factibles si no se corresponden, se apoyan en y al mismo tiempo potencian
al basamento cultural de la comunidad a la que pretenden beneficiar (porque,
claro, aquí partimos del supuesto que el desarrollo pretende beneficiar a la
comunidad y no a unos cuantos y miserables malandrines).
Puestas así las cosas, se impone reconocer dos cosas elementales:
primero, que esta comunidad humana llamada Morelia es una dotada de gran
acervo, potencial y proyección cultural, digno y suficiente para soportar y alentar
un verdadero desarrollo basado en el constante mejoramiento económico, social y
cultural del pueblo... como impone la vocación democrática de nuestro todavía
vigente régimen constitucional. Segundo, que ese acervo es potestad soberana de
la propia comunidad que le da forma y contenido: que, desde el punto de vista
de la cultura (como de cualquier otro, por cierto) Morelia es de quien la
morelianiza, trabajándola y haciéndola trabajar.
De esta forma, lo que se propone es cimbrar a la cultura en el eje y
en el centro de nuestro desarrollo y asumir que esa cultura, como esta ciudad,
es nuestra y, abiertos al mundo, debemos asumirla, asimilarla y gobernarla.
Postcriptum: a
propósito del debate abierto por el Maestro Raús, recuerdo dos propuestas puntuales
que bien podríamos recuperar como ejemplos tangibles de lo que puede hacerse.
La primera es del grande Juan Alzate de sustituir las rutas de combis
denóminadas por colores y números, por unas identificadas con el nombre de
nuestros artístas plásticos y por vehículos y paraderos debidamente provistos
de imágenes de obras suyas. La segunda, elucubrada hace algunos mezcales con
Cynthia Martínez de "San Miguelito" para ilustrar con poesía los
muros de la ciudad. La primera propuesta es para que la tomen las autoridades
respectivas, la segunda es para que la tomemos los ciudadanos.
(Dormingo para ser leído como fue escrito: escuchando
irrefrenablemente el portento compilador de jazz latino editado bajo el sello
"Putumayo" del profesor Peter Gabriel. La foto es de mi querida Arantxa Cayón!!)
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