Yo le canto y yo le celebro; y cada ánimo de mi ánima le
pertenece, como a mí cada átomo de su anatomía. Doy gracias de estar en él y
mucho le agradezco que me lleve a cuestas. No ha de ser fácil, lo reconozco, y
entonces le quiero y agradezco más aún, pues así mejor le conozco.
Es simpático y, aunque ya un poco torpe, conserva intactos
ciertos reflejos nada superfluos, que lo ponen al día incluso en noche de luna
llena. Otros más no los conserva tan intactos; ésos son los mejores, incluso en
días de otoño como éstos.
Es más bien chaparrito y regordete, y de él -todavía más que
el abdomen- sobresale una cabeza un tanto desproporcionada por grande, en la
que lleva incrusta una cara redonda como sol y una cabellera profusa, gruesa y
rebelde como tormenta. Ya pinta canas, generosa y alegremente.
Sus brazos son breves y sus piernas un tanto recortadas,
pero sirven para lo que fueron creadas. Camina bien, incluso corre de vez en
vez, y aunque las escaleras le representan cierta dificultad, aun las acomete
sin piedad. Dicen que sus brazos abrazan bien, también. Baila y dicen que no lo
hace mal, tampoco.
Sus manos, rechonchas y breves, son creativas e
imaginativas. Los dedos son una maravilla. Toman bien la pluma, mejor la
fuente, y teclean esta pantalla con suave determinacion, como cuando acarician
aquella capa capilar del capullo en capilla. Hay quien dice que tiene buena
letra.
Me gusta comunicarme con él. En este tiempo he aprendido qué
le gusta y qué le disgusta. Con toda oportunidad y claridad me alerta cuando
algo anda mal, haciendo que me duela, como si fuera un recuerdo vano. Sé que un
día me advertirá sobre un mal definitivo. Espero entonces entenderle bien para
preparar una buena cena de despedida. Sé lo que le gusta y con gusto se lo
prepararía.
Es un amigo leal. Lo he visto someterse a jornadas
demenciales y responder como los grandes. Nunca se queja, bueno no mucho.
Cuando la exigencia es extrema, suelo llevarlo después a caminar o a correr. Mejor
si es en el campo, muy de mañana. Le gusta sentirse y sudar. Luego, un buen
baño de vapor. Pocas cosas le reconfortan tanto.
Yo le estoy muy agradecido, pues aquí metido en él me ha
permitido asomarme al mundo. No sé cuantos sentidos tendrá, pero deben ser
muchos. Su conexión vital es un sinfonía en policromía. Gracias a él ahora
entiendo mejor lo que sé. Una vez me lo dijo: "yo no creo en lo que veo,
ni creo en lo que toco; yo sólo creo en lo que siento", y yo le creí.
Entonces nos hicimos los amigos entrañables que ahora somos.
A mí me gusta él y me gusta que le guste el tuyo, y creo que
a tí también. Les he observado pasársela bien y disfrutar, mientras tu y yo
conversamos; nos comunicamos, nos creemos, creamos, recreamos.
Yo lo quiero mucho y le estoy muy agradecido. Por ello le
cuido y le procuro. Sé también que es mi pasaporte para estar aquí: para venir
a verte, a sentirte, a creerte. Por eso, de vez en vez me acurruco en su
interior y le escribo un poema. Un día él me los recitará. Lo sé de cierto, no
lo supongo.
(Dormingo alegórico para leerse como fue escrito:
cómodamente dispuesto y escuchando a Coldplay con su alegórica "Viva la
Vida". Publicado en la versión impresa de Cambio de Michoacán el 26 de
septiembre de 2011)
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