viernes, 20 de julio de 2012

La prudencia y el coraje (Dormingo)



Decía Carlos Fuentes, y decía bien, que uno de los graves problemas de México es que es un país partido en dos: un país legal y un país real. Y en efecto, una cosa son las normas y disposiciones jurídicas, y otra cosa son las realidades que pretenden y nunca pueden plenamente regular. En México y en las relaciones entre los mexicanos (y las mexicanas, claro) sigue siendo ciertísimo que “una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”.

De esta forma, mientras la cosa legal está muy bien, la cosa real está muy mal. Dotados de una espléndida Constitución y de una buena dosis de leyes reglamentarias bastante presentables, la realidad social sigue marcada por la esperpéntica condición del engaño, la simulación, la corrupción y la desigualdad.

Ello pasa también en el país electoral. Una cosa son las elecciones legales y otra cosa son las elecciones reales. En el país legal, las elecciones mexicanas son punto menos que presumibles y de una eficiencia que ya la quisieran incluso los gringos para un día de fiesta en La Florida; como en artículo reciente reconoció Robert Pastor, unos de los mexicanólogos más influyentes del gabacho estadounidense.

Pero las elecciones del país real siguen siendo una marranada, como diría el nuevo innombrable. Compra de votos, desvío de recursos públicos, simulaciones contables para engañar a labores fiscalizadoras, coacción de electores, carretonadas de dinero en efectivo y apoyos en especie a las campañas, apoyos televisivos disfrazados de noticias, coberturas de eventos sociales o recetas de cocina, son siniestramente escupidos al rostro de nuestra democracia electoral, con un perverso cinismo que es todavía mayor porque todos los partidos, absolutamente todos, lo hacen.

Ya el fraude no existe como antes. Mutó. Ya no se hace dentro del aparato electoral que, aunque fue de nuevo penosamente e irresponsablemente partidizado, preserva zonas ciudadanizadas y una dotación espeluznante de carísimos candados que lo hacen imposible. Los mapaches se extinguieron, pero revivieron los dinosaurios. Ahora el “fraude” se hace afuera de la autoridad electoral, haciéndolo incluso contra ésta.

Por eso ahora que vamos a una nueva impugnación electoral, no deberíamos dejar de pensar en que a la hora de exigir cuentas la prudencia debe prevalecer, pero sin perder el coraje que nos haga de una vez por todas un día ser un sólo, respetable y honorable país. Porque al final de cuentas no se trata sólo de procurar la legalidad y el derecho, sino de aspirar a una palabra mucho mayor y mejor: la justicia.

(Dormingo para leerse como fue escrito: prudente y encorajinadamente, con una fantástica cruda por dotación excesiva de Lila Downs, después de haber visto toda la noche anterior el dvd de su concierto “Milagros y Pecados” en el Auditorio Nacional Tenochca)

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