Decía Carlos Fuentes, y decía bien, que uno de los graves
problemas de México es que es un país partido en dos: un país legal y un país
real. Y en efecto, una cosa son las normas y disposiciones jurídicas, y otra
cosa son las realidades que pretenden y nunca pueden plenamente regular. En
México y en las relaciones entre los mexicanos (y las mexicanas, claro) sigue
siendo ciertísimo que “una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”.
De esta forma, mientras la cosa legal está muy bien, la cosa
real está muy mal. Dotados de una espléndida Constitución y de una buena dosis
de leyes reglamentarias bastante presentables, la realidad social sigue marcada
por la esperpéntica condición del engaño, la simulación, la corrupción y la
desigualdad.
Ello pasa también en el país electoral. Una cosa son las
elecciones legales y otra cosa son las elecciones reales. En el país legal, las
elecciones mexicanas son punto menos que presumibles y de una eficiencia que ya
la quisieran incluso los gringos para un día de fiesta en La Florida; como en
artículo reciente reconoció Robert Pastor, unos de los mexicanólogos más
influyentes del gabacho estadounidense.
Pero las elecciones del país real siguen siendo una
marranada, como diría el nuevo innombrable. Compra de votos, desvío de recursos
públicos, simulaciones contables para engañar a labores fiscalizadoras,
coacción de electores, carretonadas de dinero en efectivo y apoyos en especie a
las campañas, apoyos televisivos disfrazados de noticias, coberturas de eventos
sociales o recetas de cocina, son siniestramente escupidos al rostro de nuestra
democracia electoral, con un perverso cinismo que es todavía mayor porque todos
los partidos, absolutamente todos, lo hacen.
Ya el fraude no existe como antes. Mutó. Ya no se hace
dentro del aparato electoral que, aunque fue de nuevo penosamente e
irresponsablemente partidizado, preserva zonas ciudadanizadas y una dotación
espeluznante de carísimos candados que lo hacen imposible. Los mapaches se
extinguieron, pero revivieron los dinosaurios. Ahora el “fraude” se hace afuera
de la autoridad electoral, haciéndolo incluso contra ésta.
Por eso ahora que vamos a una nueva impugnación electoral,
no deberíamos dejar de pensar en que a la hora de exigir cuentas la prudencia
debe prevalecer, pero sin perder el coraje que nos haga de una vez por todas un
día ser un sólo, respetable y honorable país. Porque al final de cuentas no se
trata sólo de procurar la legalidad y el derecho, sino de aspirar a una palabra
mucho mayor y mejor: la justicia.
(Dormingo para leerse como fue escrito: prudente y
encorajinadamente, con una fantástica cruda por dotación excesiva de Lila
Downs, después de haber visto toda la noche anterior el dvd de su concierto
“Milagros y Pecados” en el Auditorio Nacional Tenochca)
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